Su martes de suerte
"Era martes, pero estaba
claro que no iba a ser un martes cualquiera. Mi pequeño pueblo, antaño tan
pacífico y apacible, estaba siendo sacudido por el miedo. Entonces, todavía no
lo sabíamos, pero la muerte también sacudiría nuestros cimientos durante años.
Pocos días antes, un general había sublevado a sus tropas en África, contra la
República que nos gobernaba. A mí, la política nunca me importó demasiado. Para
más de uno, era una cuestión por la que morir y, sobre todo, por la que matar.
Y así fue como llegó ese martes, que estaba claro que no
iba a ser un martes cualquiera. El ambiente se encontraba enrarecido y más de
uno ni se atrevía a salir de su casa. Mucho menos, cuando alguien avisó de la
llegada de un coche por la carretera. Yo lo vi desde la ventana de mi cocina,
cuando ya había parado en la plaza del pueblo. Recuerdo perfectamente como de
él bajaron cinco milicianos armados con escopetas. Uno de ellos también llevaba
una pistola al cinto y parecía ser el que daba las órdenes. Todos ellos se desplegaron
por las calles cercanas a la plaza. Buscaban a dos vecinos para detenerlos, a
un padre y a su hijo. No tardaron en encontrarlos.
Ese martes, que estaba claro que no iba a ser un martes
cualquiera, introdujeron al padre en el coche violentamente. Mientras tanto,
los cinco milicianos parecían desorientados. Fueron entrando uno a uno. Cuando
solo el chófer estaba fuera, intentaron colocar al segundo detenido, en un
espacio en el que era obvio que no cabía otra persona. Era un coche ligero, muy
pequeño. Estaba repleto si se montaban cinco. Lo estaban tanteando con siete.
Los milicianos de dentro gritaban entre sí, intentando llegar a un acuerdo. Las
órdenes eran claras. En mi pueblo debían detener a un padre y a un hijo. Los
dos eran de derechas. Una consideración que se había convertido en todo un
problema. Es más, en un crimen. Los gritos continuaron hasta que los milicianos
desistieron y mandaron al hijo a su casa. Le gritaron, le insultaron e incluso
le pegaron, pero no lograron introducirlo en el coche. Después, le dijeron, en
tono amenazante, que no se preocupase, que volverían a por él.
El último miliciano entró en el coche, encendió el motor,
se alejaron por la carretera y el hijo, nunca más vio al padre. Ese fue el
primer muerto que hubo en mi pueblo cuando la guerra. El hijo, no fue detenido
porque no cabía en el coche. Si hubiese subido al vehículo ese martes, que
estaba claro que no iba a ser un martes cualquiera, quién sabe que hubiese sido
de él."
Con el inicio de la Guerra Civil los actos de violencia se
multiplicaron por todo el país. Mientras en la zona sublevada eran asesinados
los afiliados a partidos de izquierdas, sindicalistas y todo aquel que se había
opuesto al alzamiento; en la zona que se mantuvo leal al gobierno legítimo, se
dieron episodios de ajusticiamientos populares y espontáneos que afectaron,
entre otros, a los considerados de derechas y a los miembros del clero. Las líneas anteriores recogen uno de estos asesinatos
cometidos en la retaguardia republicana. Durante este periodo, en Castillazuelo
(Huesca) fueron asesinados no menos de seis vecinos, siguiendo unos métodos no
institucionalizados, que dieron lugar a escenas como la narrada. En este caso,
nos encontramos con la declaración de Joaquín Castillón Noguero (de 29 años y
natural de Castillazuelo) que acusa a Vicente Altemir Lanau (natural de Salas
Altas) de haber detenido a su padre (Joaquín Castillón Castro de 54 años). Es
día, Joaquín Castillón hijo se libró de ser detenido debido a un error de
organización de aquellos que, presuntamente, estaban llevando a cabo esta
violencia de carácter espontánea (se debe tener en cuenta que dicho suceso tuvo
lugar el 23 de julio de 1936, menos de una semana después del golpe de Estado
del general Francisco Franco).
Finalmente, nadie regresó a detener a Joaquín Castillón
hijo; sin embargo, su padre fue fusilado a las cuatro de la mañana del seis de
agosto de ese mismo año en Barbastro. En la denuncia se indica que, para
hacerle sufrir tanto a su padre como a los otros fusilados, les “hicieron una
descarga en el vientre”. Después, sus ejecutores dejaron que durante media hora
se retorcieran de dolor para, a continuación, proceder con el tiro de gracia.
Si bien, este tipo de declaraciones deben de ponerse en entredicho, al tratarse
de una documentación ampliamente polarizada.
Fuente: Causa General 1409 Exp. 13 y
Sumarísimo por adhesión a la rebelión contra Altemir Lanau, Vicente, número de procedimiento: 3829-40
Nota: los documentos se encuentran cosidos
entre sí por lo que una parte de estos queda oculta; además de hacer inviable
su escaneado.
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